Dulcinea

lunes, 31 de marzo de 2008

Dulcinea caminaba con tranquilidad a través del campo. Estaba atardeciendo y comenzaba a correr una fría brisa, pero Dulcinea no sentía frío ni calor ni el desagradable dolor que tenía en sus pies de tanto caminar con aquellos zapatos de tacos altos. De hecho no sintió cuando se le rasgó el vestido en la parte de abajo al engancharse con una rama de algún árbol muerto ya hace unas décadas. Caminó unos metros más y se sentó en el pasto que aun estaba calido por la radiación del sol. “Fue un día muy caluroso” pensó Dulcinea. Miró el horizonte y vio como lentamente el sol se iba escondiendo. “Cincuenta, cuarenta y nueve, cuarenta y ocho…” Poco a poco el sol se escondía detrás de una colina. El frío se hacia más intenso y la brisa acariciaba sus cabellos. “… seis, cinco, cuatro, tres, dos, unos”. Cayó la noche y de inmediato la bóveda celeste se llenó de vergonzosas estrellas que penas iluminaban. Fue entonces cuando Dulcinea sintió frío y el dolor de sus pies y la pena que guardaba hasta ese momento. Lloró.

Ángel

martes, 18 de marzo de 2008

Cuando Carolina cayó del cielo en el patio de mi casa ella quiso volver a su hogar en las nubes, pero había perdido las alas y le era imposible volver... pero encontró a alguien que era capaz de hacerla volar hasta las nubes y poco a poco este mundo se convirtió en su hogar y yo me convertí en las alas que la hacían volar

Ventana abierta hacia el mar

miércoles, 12 de marzo de 2008

Abrió la ventana y pudo respirar la frescura del aire, oler cada pez que nadaba por la inmensidad del mar, embriagarse con la infinitud del mar. Miró hacia el horizonte y pudo darse cuenta cuan lejos estaba ahora de casa. Pudo haber estado horas contemplando el paisaje, sintiendo el viento que subía por las piedras y lo envolvía y le susurraba historias en otros idiomas venidos desde muy lejanas tierras, donde las personas se visten de blanco entero y parecen fantasmas en el desierto.