La llegada

martes, 5 de agosto de 2008
Parte IV

Después de diez horas de viaje, llegué por fin a Valdivia. Apenas baje del bus sentí el cambio de aire, puro, nítido, totalmente diferente al de Santiago, lleno de smog. Fui a sacar mi maleta del portamaletas del bus, mostré el ticket con el número y el auxiliar me la paso.
-¡Chuta que viene pesada!-dijo mirándome con una sonrisa la cual no devolví ¿Qué le importaba si estaba pesada o no?
La tomé y comencé a arrastrarla hacia la entrada. A pesar de haber pasado varias vacaciones en la casa de mi tía no reconocí el terminal, estaba totalmente remodelado. Al poco andar me encontré con mi tía. Me sorprendí de que estuviera tal cual como la recordara a pesar de que hacia años que no la veía. De mediana estatura, morena, el pelo ceniza, sus ojos caídos, las manos en los bolsillos de su chompa, una sonrisa que mostraba lo arrugada que estaba; se camuflaba perfecto entre la multitud del terminal, no se porque me fue tan fácil encontrarla. Me saludo con un largo abrazo sin decirme nada, me beso varias veces la mejilla. Cuando me separó de ella le hable.
-Hola tía
-Hola po mijo, tanto tiempo sin verlo. ¡Mírese! Si esta todo un hombre ya. Por dios estos jóvenes de hoy en día como crecen… si parece que comieran salitre.
Le sonreí tiernamente. Ella no era mi tía sanguínea, sino que era la mejor amiga de mi abuela paterna. Las dos nacieron en el norte. Mi tía hija de minero, mi abuela hija de profesores, se conocieron desde pequeñas en un colegio en Antofagasta. Después de un tiempo, los papás de mi tía se vinieron a Valdivia y juntos con ellos mis bisabuelos con mi abuela a unas casitas cerca de Valdivia, con grandes terrenos. De hecho la casa de mi tía tenia un pequeño bosque donde jugábamos a la escondía cuando veníamos para Valdivia.
-Ya mijo, vayámonos a la casa antes que llueva- me dijo mi tía, y fue hay cuando recién me percate de lo rojizo del cielo. Nos subimos a su vieja renoleta y partimos para su casa.

Llegamos a su casa cuando la lluvia llevaba unos veinte minutos. Mi tía con sus años de experiencia siempre tenía un paraguas en su renoleta. Entramos a su casa de madera. El calor de la estufa a leña me inundo el cuerpo.
-Deje la maleta por allá mijo, después la lleva a la pieza, ahora acompáñeme a la cocina a timarnos un rico mate…
-Tía, a mi no me gusta el mate- le dije
-¡Ah! Por dios los cabros regodeones de hoy en día. Ya mijo, ¿que va querer entonces?
-Un cafecito
-Un cafecito entonces- y partió hacia la cocina de manera tan enérgica que me hizo preguntar si realmente tenía setenta y dos años. La seguí hacia la cocina y cuando llegue ya tenia tres tazas puesta en un mueble, buscaba entre la alacena un frasco con café. Mi vista se desvió de su afanada búsqueda para concentrarse en la figura que estaba de espalda a mí y que ni siquiera se había movido de su quehacer en el lavaplatos.
-¡Por fin lo encontré! ¡Ah! Veo que te diste cuenta que no vai a estar nada solo conmigo… ella es la Valentina, no se si te acordai de ella mijo: Cuando tus paires te traían para acá en las vacaciones jugabas con ella y los dos se trataban como primos. Ella es hija de una hija mía, de la Sole, la que falleció.
-Ahhh… sí, si me acuerdo de la tía Sole… pero de ella…. Honestamente no me acuerdo.
-Yapo mija, dece vuelta pa que la vea su primo.
Valentina s giró, dejó las cebollas en el lavaplatos. Intente recordar esos bellos ojos verdes, esa piel morena, su pelo negro, sus manos delicadas. Pero mi mente no pudo encontrar nada parecido. Me acerqué para saludarla con un beso que ella me devolvió tímidamente. Apenas mis labios tocaron su mejilla se puso roja.
-Tía, me voy a… voy al baño- y salió rápidamente de la cocina.
-¿Dije algo malo tía? Aquí se saludo con beso ¿cierto?- le pregunte bastante urgido. No quería hacer sentir mal a alguien con las que jugaba cuando niño.
-Obvio po mijo, ¿que cree? ¿Que somos unas chinas brutas? Si se debe haber puesto así de vergüenza no ma. No la pesque mejor y dígame cuanto de azúcar le hecha al café.

Pasamos como dos horas conversando en el living de la casa. Mi tía contabas anécdotas de mi padre, de lo mal que se portaba en el colegio cuando chico, de cuando se escapo de la casa porque mi abuela lo había retado, de cuando se fue a Santiago a vivir y conoció a mi madre. Muchas de sus anécdotas nos hicieron reír. La risa de la Valentina, era delicada, pero fuerte y muy contagiosa. De a poco fue perdiendo la vergüenza y soltándose. Cerca de la una mi tía nos mando a acostar. Se disculpo de que en mi pieza no hubiera tele, pero es que en su casa había una no mas y apenas se veían cuatro canales. Le dije que no importaba que no me interesaba, que no había venido a su casa a ver la tele. Le pedí el teléfono para llamar a mis padres, estaban alteradísimos porque no los había llamado. Los tranquilicé diciéndoles que se me había olvidado y que todo estaba bien, que no se preocuparan. Luego de eso me fui a dormir. Acurrucado en mi cama, escuchando la lluvia y el viento, me di cuenta de que en todo el día no había pensado en la Fran, que por primera vez en semanas me había distraído. Bostéese y apague la luz.

Huida

lunes, 16 de junio de 2008
Parte III


-Chuuuuta compadre… que mala. Es que se paso la mina, nunca creí que sería tan vaca como para cagarte. La dura debe ser penca que te caguen y más cuando llevai tanto tiempo.

Mire a Gabriel con cara de que acababa de hacer un descubrimiento. Era obvio que era penca, era obvio que me dolía, era obvio que no quería seguir escuchando.

Gabriel era mi mejor amigo, lo conocía desde que éramos unos pendejos, su mamá se hizo intima de la mía y pasábamos fin de semanas juntos en la playa o en la casa de la tía de Gabriel, que quedaba en Curico. Nuestros viejos jugaban fútbol cerca de la casa en un club amateur. No eran malos, pero siempre eran terceros. Gabriel tiene una hermana mayor, la Paula, es simpática y a veces salimos a carretear con ella. Cuando éramos chicos y yo me iba a quedar a la casa del Gabriel, ella se metía a la pieza donde dormíamos y nos contaba extraños cuentos que nunca fueron de terror, pero eran tan complejos de entender a esa edad que nos moríamos de miedo. Cuando crecimos nos empezaron a aburrir hasta que un día no entro más a contarnos cuentos. Hace muy poco nos dimos cuenta con el Gabriel que las historias que nos contaba la Pau eran noticias que escuchaba o leía y nos las contaba en forma de cuento. Creo que por eso nosotros no crecimos con el miedo a las calles, a que nos iba a asaltar, o matar, porque estábamos acostumbrado a la realidad.

Tal vez por todas estas cosas se me hacía tan fácil hablar con Gabriel de cosas que con otras personas me costaría demasiado. No era un buen consejero, pero si era un buen oyente y en ese día necesitaba que me oyeran.

-¿Y qué pensai hacer?

- No lo sé. El otro día salí a caminar y cada cosa que veía me recordaba a ella y cuando volví al departamento seguía pensando en ella y no pare hasta el otro día. Fue algo horrible, nunca me había sentido así. Me gustaría irme lejos de aquí, escapara.

-¿Y por que no te vas por un tiempo a la casa de tu tía?… esa la que vive en Valdivia.- Nuevamente me quede mirando a Gabriel con cara de que había descubierto algo, pero la diferencia es que esta vez si lo había hecho.

Esa misma noche hable con mis viejos y les propuse irme por un tiempo. Sabía que no me dirían que no. El único problema fue el tiempo: el tiempo que me quedaría y el día en que partiría. Yo estaba ansioso por escapara, alejarme de la ciudad, de los recuerdo. Necesitaba distraerme, tal vez sacar fotos, no ver a nadie conocido, no sentir que estaba cerca de la Fran, pero que no podía acercarme a ella. Mi vieja insistía que me fuera por un mes, mi viejo que me tomara todo el tiempo que necesitara. Estuvimos cerca de una hora conversando intentando convencer a mi vieja… hasta que cedió, no tenía fecha de retorno, pero tenía que ser antes de que entrara a la U. Estábamos a finales de diciembre

Y las clases comenzaban en marzo, tenía cerca de dos meses para intentar superarlo, o por lo menos distraerme. Luego de que mi vieja cediera tuvimos por lo menos media hora más para ver el asunto. Yo quería que llamaran a mi tía al tiro, pero mi viejo comenzó con las formalidades de la hora bla bla bla, y ni si quiera era tan tarde. Pero mi vieja me apoyo de pura picada y le empezó a decir que claro, el me daba el apoyo para superarlo, que el creía que era un hombre de mente abierta pero tampoco se quería separar de mi, que era igual que ella, que no tenía ningún derecho de criticarla. Al final mi viejo aburrido de escucharla tomó el teléfono y llamó a la tía para decirle que mañana partiría hacia Valdivia.

Desperté temprano para poder hacer las maletas cuanto antes. Por primera vez en semanas tenía algo más en mi cabeza que la ruptura con la Fran. Cerca de las doce llamé al Gabriel para despedirme y darles las gracias por su brillante idea. Le dije que le traería algo del sur y que a la vuelta haríamos algún carrete. Apenas colgué el teléfono sonó.

-Aló

-¿Miguel?- me quedé congelado al escuchar mi nombre de nuevo en la voz de la Francisca. No había vuelto a saber nada de ella desde que me patio.

-¿Qué querí?-conteste fríamente

-Quería ver si nos podíamos juntar a la tarde para conversar las cosas, necesito aclararla las cosas.

-Me voy al sur

-¡Qué!

-Eso, que me voy a Valdivia.

-¿Para siempre?

-No lo sé.

-Pero, pero… no…

-¿Sabís que? Estoy super ocupado arreglando las maletas. Chao

Nunca me había costado tanto cortar el teléfono. Seguí sonando, así que lo descolgué. Intenté concentrarme en hacer las maletas, peor me era imposible. Espere que se me pasara la rabia y los nervios de escuchar su voz.

Cerca de las dos tenía todo listo. Llamé a mi vieja y luego a mi viejo para despedirme. Me habían pasado cerca de cien lucas más la plata del pasaje. Salí cargadísimo del departamento sin mirar atrás, tomé la micro y me bajé en el terminal. Compré el pasaje si mirar el precio, me daba lo mismo que línea, quería cuanto antes estar sentado en el bus rumbo al sur.

Recuerdos

miércoles, 21 de mayo de 2008
Parte II

Despertar el día después de haber terminado con la mujer pasaste los últimos tres años y saber que te fue infiel, que mintió, que te humillo es una de las sensaciones más desagradables de la vida. Es como una resaca, pero sin el sabor malo en la boca, pero con el típico dolor de cabeza, peor aumentado en diez, la sensación de que todo molesta, la luz, los sonidos, pero además molesta la oscuridad, el silencio, el pensar, el vivir… el vivir se transforma tedioso, una lata. Desperté cerda de las nueve de la mañana, había apenas dormido una hora y media y a pesar de intentar dormirme nuevamente mi mente funcionaba a mil, no paraba de procesar las cosas, tantas cosas pasaban por mi mente que mi corazón estaba estático, frió, sin ninguna sensación de malestar o alegría. Solo estaba ahí. Deseaba llorar, pero no sentía pena, intente hacerlo recordado momentos que pase con la Fran, pero nada. Cerca de las once sonó el teléfono, era mi madre que me llamaba para decirme que iban a llegar tarde con mi papá porque iban a ir a cenar en la noche ya que estaban de aniversario. Le dije que bueno que no se preocupara que tal vez salía a caminar en la tarde y que tampoco sabía muy bien a que hora llegaría a la casa. Me pregunto si me iba a juntar con la Fran. Lentamente la pena subió hasta mi garganta y se quedo ahí, apretada, esperando salir, esperando.

-Ehhh…- pensé en mentirle, decirle que sí, pero luego le dije la verdad, que había terminado con la Fran porque me cagó. Estuvo como un minuto sin decir nada. Yo no supe que decir, solo le dije todo de una.

-¿Cómo te senti?

-Como las hueas

- Si quieres puedes acompañarnos a cenar…

-No mamá, de hecho prefiero estar solo hoy día

-Entiendo. Ehhh… entonces nos vemos a la noche. Cuídate y no hagai tonteras. Te quiero, chao- y cortó. Volví a la cama y me quedé hay, pensando. Era la primera vez que pensaba tantas cosas, no me podía distraer, todo en la casa me recordaba a la Fran, mi cama donde hicimos por primera vez el amor, el living donde cenamos a solas y a la luz de las velas el día en que cumplimos tres años, el balcón donde veíamos el atardecer o el amanecer…

Cerca de las dos me prepare un jugo de naranja y corte un trozo de brazo de reina que había hecho mi mamá hace unos días. Almorcé eso y me fui a acostar de nuevo. No paraba de pensar en ella, en todo lo bello que arruino por estar con otro, todos esos lindos sueños. Comencé a llorar, a votar toda esa pena, la rabia…

No recuerdo a que hora salí del departamento y no recuerdo como llegué a una plaza que estaba bastante lejos del departamento. Recuerdo estar sentado en una banca de la plaza viendo pasar la gente, niños jugando, una vieja gorda paseando un perro gordo y nada más. Desperté al otro día, en la misma baca, estornudando y con un frío atroz. Me costó reaccionar y cuando lo hice calculé que eran cerca de las siete de la mañana. Andaba muy poca gente, algunos trotando otros en bicicleta. Estornudé varias veces más y comencé a caminar hacia mi casa. Abrí la puerta y de inmediato me di cuenta que no había nadie en mi casa, todo estaba tal cual como lo había dejado cuando salí la tarde anterior. Me dirigí a mi habitación decidido a acostarme. Antes de hacerlo tome el celular y vi que tenía varias llamadas perdida de mi viejo y un mensaje de texto que decía “Hijo, no te preocupes por nosotros, llegamos mañana en la mañana. Te queremos” Asumí que después de ir a cenar pasaron a un motel y se quedaron allá. Miré mi cama y me acosté sobre ella. Estaba siendo las peores vacaciones de mi vida.

Verdades

viernes, 25 de abril de 2008
Parte I


-Es que… te cagué-

Esa frase, como mierda te destroza el alma, esa pausa que se hace eterna se transforma de pronto en un vertiginoso viaje al pasado recordando los bellos momentos, esos que pensaba repetir con la Francisca el resto de mi vida.

-¿Qué?

-Ehhh… eso- su mirada fija en el suelo, y yo frente a ella sin saber que decirle, que hacer, que creer.

-¿Me estai huebiando?

-No Miguel… es la verdad, fue ese día…

-¡No! No tengo ninguna ganas de saber cuando fue… solo…solo dime con quien y si lo conozco.

-Fue con un compañero, pero te juro que no lo quiero, ¡si yo te amo! Tu lo sabi, por favor perdóname, no se lo que me pasó… ¡pero no te vallai!

Pero no te vallai… ¿y más encima quería que me quedará? En silencio comencé a caminar hacia el paradero alejándome de la casa de la Fran. Iban a ser las once de la noche y tenía que tomar un colectivo o micro o lo que fuese que me alejara de ella. No quiero verla, ni sentirla ni recordarla… ¡PUTA! Sentí su mano en mí brazo, me detuve y la miré.

-¡¿Qué chucha querí?!- apenas podía hablar de la pena que tenía. Me miró llorando, me dijo algo que no entendí así que me solté sin decirle nada, había llegado a la esquina, hice parar la primera huebada que apareció y me subí. Tres cuadras más allá me tuve que bajar porque no era la micro que me servía. Aproveché para caminar, tomar aire. Hacía frío, llevaba las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta, pero las manos no se me calentaban, ni las orejas, ni los labios, ni mi alma. Todo era frío, solitario. La sensación de vacío era enorme, la rabia y la pena estaban tan mezcladas que no sabía que sentía en ese momento. Me senté en la vereda y puse mi cabeza entre las manos.

-Puta, puta, puta, puta- repetí una y otra vez. ¿Cómo mierda me pudo hacer algo así? ¿Cómo mierda pudo echar a la basura tras años de relación? ¡TRES AÑOS! Lloré de pena y de rabia.

Cerca de la una llegue a mi casa y ahí estaban mis viejos, sentados en el sillón viendo tele y tomando vino. Esperaba que no estuviesen ahí, evitar las putas preguntas de “¿Cómo te fue?” o ¿“Como esta la Fran”?... me quedaba decirle la verdad o mentirles.

Les decía “Me fue como la mierda porque la Fran me puso los cuernos con un huebón que ni siquiera esta enganchada de él” o sonreírle y decirles “Bien, súper bien. Los pasamos la raja en la fiesta y la fue a dejar a la casa y después me vine para acá”. Opté por la mentira y les dije que estaba chato y que me quería acostar. Estuve hasta las ocho de la mañana despierto, pensando en todas las cosas que hicimos juntos y que se fueron a la mierda…

Dulcinea

lunes, 31 de marzo de 2008

Dulcinea caminaba con tranquilidad a través del campo. Estaba atardeciendo y comenzaba a correr una fría brisa, pero Dulcinea no sentía frío ni calor ni el desagradable dolor que tenía en sus pies de tanto caminar con aquellos zapatos de tacos altos. De hecho no sintió cuando se le rasgó el vestido en la parte de abajo al engancharse con una rama de algún árbol muerto ya hace unas décadas. Caminó unos metros más y se sentó en el pasto que aun estaba calido por la radiación del sol. “Fue un día muy caluroso” pensó Dulcinea. Miró el horizonte y vio como lentamente el sol se iba escondiendo. “Cincuenta, cuarenta y nueve, cuarenta y ocho…” Poco a poco el sol se escondía detrás de una colina. El frío se hacia más intenso y la brisa acariciaba sus cabellos. “… seis, cinco, cuatro, tres, dos, unos”. Cayó la noche y de inmediato la bóveda celeste se llenó de vergonzosas estrellas que penas iluminaban. Fue entonces cuando Dulcinea sintió frío y el dolor de sus pies y la pena que guardaba hasta ese momento. Lloró.

Ángel

martes, 18 de marzo de 2008

Cuando Carolina cayó del cielo en el patio de mi casa ella quiso volver a su hogar en las nubes, pero había perdido las alas y le era imposible volver... pero encontró a alguien que era capaz de hacerla volar hasta las nubes y poco a poco este mundo se convirtió en su hogar y yo me convertí en las alas que la hacían volar

Ventana abierta hacia el mar

miércoles, 12 de marzo de 2008

Abrió la ventana y pudo respirar la frescura del aire, oler cada pez que nadaba por la inmensidad del mar, embriagarse con la infinitud del mar. Miró hacia el horizonte y pudo darse cuenta cuan lejos estaba ahora de casa. Pudo haber estado horas contemplando el paisaje, sintiendo el viento que subía por las piedras y lo envolvía y le susurraba historias en otros idiomas venidos desde muy lejanas tierras, donde las personas se visten de blanco entero y parecen fantasmas en el desierto.